Apareció
en sus vidas y lo hizo de improviso, llenándolo todo, envolviéndolo. Ocurrió un
lejano día cuyo recuerdo se pierde en el trecho más recóndito del laberinto que
conforma la memoria colectiva de la comarca. Aquella niebla no tardó en apoderarse
del paisaje cotidiano. Era blanca, muy blanca; y tan densa que hubiera podido
dividirse en rebanadas de nube con la sola ayuda de una mano abierta. Aunque él
no osó hacer tal cosa, no, su melancolía coqueteaba en esos tiempos con una
profunda tristeza y empezaba ya a compadecerse de su sino mientras su nivel de
iniciativa estaba llegando a valores mínimos.
***
«Cuando
menos lo intuía, del modo que menos hubiera imaginado. Cuando menos la
esperaba».
***
Bajó
a una calle en la que no conseguía apreciar ningún detalle, tal era la espesura
de la húmeda atmósfera nívea. Y entonces la vio. Fue una luminosa aparición
surgida de lo más hondo de aquella cegadora presencia y que, con la relajación
que otorgan las decisiones firmes, avanzó hasta su posición con parsimonia, sin
siquiera parpadear, y sin oposición alguna de nada ni de nadie. Llegó hasta su
posición. Fue suficiente un primer cruce de miradas para decidir que tendrían
todo el tiempo para ponerse al día mientras se inventaban un nuevo universo para
ellos dos.
Es
posible que la escena anterior activara un interruptor cósmico porque lo que
dura un pestañeo bastó para que la niebla desapareciese y pareciera que ella se
quedaba como lo haría una extraterrestre que pisa por vez primera nuestro
planeta mientras observa a su nave alejarse hacia la inmensidad del espacio sin
haberle dejado certidumbre de un regreso rescatador, aunque no fuera así, o no
del todo...
Lo
cierto es que aquella niebla nunca se fue por completo, dejó el legado de una
humedad que impregnó con su especial aroma emotividades y pasiones; en
definitiva, todos los momentos a flor de piel de su relación, tan especial: torpedeada
de dificultades, inundada de felicidad.
***
Mucho
tiempo después, un mal día, luego de múltiples avisos previos que ni siquiera
salpicaron sus impermeables sentidos, volvió a adueñarse del entorno la niebla,
que ahora no era la misma, sino de un gris oscuro que no presagiaba sino ansiedades
por padecer. Cuando ya se estaba haciendo muy de noche en sus vidas, ella desapareció
en esa niebla mientras esta empezaba también a disiparse poco a poco. Pero justo
antes de que esto ocurriera, él encontró en el destino a un aliado y pudo correr
tras su estela y atravesar una puerta, que estaba ya a punto de cerrarse, hacia
esa dimensión en la que sus corazones podrían mimetizarse al latir con la misma
nula cadencia, ambos detenidos en su eternidad…
Sí,
su vida cambió como por arte de magia un día de niebla, cuando aún no sabía que
su hada le acompañaría hasta después incluso de que la muerte, con un plomizo
disfraz, los intentara separar. No
dejaron descendencia que los echara de menos y los honrara. Nunca osaron provocar
a las leyes de la bioquímica ni de la genética.
***
«A
quien nunca hubiera esperado…».
© Patxi Hinojosa Luján
(07/07/2016)
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