jueves, 7 de julio de 2016

La niebla


Apareció en sus vidas y lo hizo de improviso, llenándolo todo, envolviéndolo. Ocurrió un lejano día cuyo recuerdo se pierde en el trecho más recóndito del laberinto que conforma la memoria colectiva de la comarca. Aquella niebla no tardó en apoderarse del paisaje cotidiano. Era blanca, muy blanca; y tan densa que hubiera podido dividirse en rebanadas de nube con la sola ayuda de una mano abierta. Aunque él no osó hacer tal cosa, no, su melancolía coqueteaba en esos tiempos con una profunda tristeza y empezaba ya a compadecerse de su sino mientras su nivel de iniciativa estaba llegando a valores mínimos.
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«Cuando menos lo intuía, del modo que menos hubiera imaginado. Cuando menos la esperaba».
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Bajó a una calle en la que no conseguía apreciar ningún detalle, tal era la espesura de la húmeda atmósfera nívea. Y entonces la vio. Fue una luminosa aparición surgida de lo más hondo de aquella cegadora presencia y que, con la relajación que otorgan las decisiones firmes, avanzó hasta su posición con parsimonia, sin siquiera parpadear, y sin oposición alguna de nada ni de nadie. Llegó hasta su posición. Fue suficiente un primer cruce de miradas para decidir que tendrían todo el tiempo para ponerse al día mientras se inventaban un nuevo universo para ellos dos.
Es posible que la escena anterior activara un interruptor cósmico porque lo que dura un pestañeo bastó para que la niebla desapareciese y pareciera que ella se quedaba como lo haría una extraterrestre que pisa por vez primera nuestro planeta mientras observa a su nave alejarse hacia la inmensidad del espacio sin haberle dejado certidumbre de un regreso rescatador, aunque no fuera así, o no del todo...
Lo cierto es que aquella niebla nunca se fue por completo, dejó el legado de una humedad que impregnó con su especial aroma emotividades y pasiones; en definitiva, todos los momentos a flor de piel de su relación, tan especial: torpedeada de dificultades, inundada de felicidad.
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Mucho tiempo después, un mal día, luego de múltiples avisos previos que ni siquiera salpicaron sus impermeables sentidos, volvió a adueñarse del entorno la niebla, que ahora no era la misma, sino de un gris oscuro que no presagiaba sino ansiedades por padecer. Cuando ya se estaba haciendo muy de noche en sus vidas, ella desapareció en esa niebla mientras esta empezaba también a disiparse poco a poco. Pero justo antes de que esto ocurriera, él encontró en el destino a un aliado y pudo correr tras su estela y atravesar una puerta, que estaba ya a punto de cerrarse, hacia esa dimensión en la que sus corazones podrían mimetizarse al latir con la misma nula cadencia, ambos detenidos en su eternidad…
Sí, su vida cambió como por arte de magia un día de niebla, cuando aún no sabía que su hada le acompañaría hasta después incluso de que la muerte, con un plomizo disfraz,  los intentara separar. No dejaron descendencia que los echara de menos y los honrara. Nunca osaron provocar a las leyes de la bioquímica ni de la genética.
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«A quien nunca hubiera esperado…».

© Patxi Hinojosa Luján
(07/07/2016)

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