Tengo
un profundo respeto por la periodicidad, no en vano se ha convertido en una
aliada muy valiosa de mi esencia. A la espera de esas escenas que se
representan con exquisita regularidad, hay temporadas de tregua activa en las
que me aíslo en mis sinfonías de cadencias; otras, por variar, me revuelco en
las playas de las que extraigo esas partículas que forman parte fundamental de uno
de mis disfraces más utilizados y queridos. Aunque hoy, como en ocasiones
anteriores, no estoy en ninguna de ellas, hoy toca comparecer para dirigirme a
todos los que no os dignáis en prestarme la debida atención con el fin de recordaros
vuestro efímero paso por la consciencia vital que no es sino un préstamo, nunca
un regalo.
El
atril en el que me apoyo para intentar captar vuestra atención se me está
haciendo demasiado familiar, lo adornan ya excesivas muescas de impaciencia; desde
su privilegiada posición aprecio, con claridad pero con la tristeza de la
resignación, esa piedra que es tan tozuda como vosotros y en la que tropezáis a
menudo, tanto que se ha convertido ya en una certeza cíclica.
No
sé si recordáis que os lo haya dicho, o acaso ya lo intuíais desde siempre: soy
hermano de la Dama de Negro, pero también primo de la Vida. Lo apunto aquí por
si lo queréis tener en cuenta al escuchar, de nuevo, el que considero mi más valioso
consejo: Por favor, aprovechadme mientras yo las despisto a ambas con nuestras
eternas partidas de ajedrez; os lo ruego desde mi retiro en la cuarta dimensión,
no seáis tan insensatos de provocar que os acerque a mi hermana con más
celeridad de la que sería natural, contra mi voluntad; no os perdáis en banalidades;
no me perdáis ni me hagáis perderme, a mí no, no mientras me sigáis llamando
«Tiempo»...
© Patxi Hinojosa Luján
(03/07/2016)
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