Quiero
que me despeinen los vientos de las vidas que quedan por vivir.
***
Imagino
esa época en la que los deseos se visten de anhelos y estos de ilusiones, por
momentos apasionadas; también los tiempos en los que de la caja de los sueños elegimos
solo los que presentan la etiqueta de utópicos, a estas alturas nadie nos puede
arrebatar la libertad de soñarlos y de imitar a aquellos locos que «lo hicieron
porque no sabían que era imposible».
Os
podría contar que hoy me veo —no sé por qué— en situación de relax y planificando
una de las rutas por las que me moveré sobre mi brillante máquina de dos
ruedas. Veo un mapa de carreteras desplegado sobre mi escritorio, una mesa que
acabo de despejar con precipitación y malas maneras; marco sobre el mismo las
distintas rutas y los puntos que merecen paradas obligatorias. Hasta podría sentir
el aire en mi cara si no fuera porque la prudencia y la ley obligan a protegernos
con el obligatorio casco. Os confieso que no me desagrada la estampa que
contemplo, al fin y al cabo no tengo tan mala pinta teniendo en cuenta los años
que acumulo en mi zurrón.
Os
podría comentar que la carretera de mis elucubraciones tiene poco tráfico y
unas rectas que intiman con el horizonte mientras espera que nos acerquemos a
él. Que el Sol acaricia con mesura su asfalto, un firme que devuelve parte de su
calor, allá a lo lejos, en forma de extraños espejismos nebulosos. Que estas
dos ruedas que me transportan, no hacia la libertad sino a lomos de ella, no
son tan discretas como las otras, claro; son más ruidosas y menos respetuosas
con el ambiente, pero siempre hay un precio que pagar por ciertos privilegios,
aunque lo hagamos entre todos.
Os
podría confesar que, a veces, noto cómo es la Tierra la que se desplaza por debajo
de mí mientras, inmóvil sobre su acción, siento que no lo hace sino para
nuestro disfrute. También percibo como muy presente la especial sensación del cuero
ceñido de la vestimenta sobre el cuero mullido del asiento, y tanto a babor y
estribor como por proa los paisajes aparecen como si siempre fuera la primera
vez, no en vano a cada contemplación descubrimos nuevos y bellos matices. Al
cabo desaparecen bajo promesas de futuros reencuentros. ¡Qué queréis, es mi
ensoñación!
Podría compartir con vosotros todo lo anterior,
es cierto, mas no lo haré. No me gusta faltar a la verdad; por eso no lo haré. Lo
cierto es que nunca he montado en moto, es más, le tengo un respeto que raya
con el miedo atroz, aunque esté salpicado por gotas de la admiración y envidia que
me producen esas estampas de libertad que caracterizan su mundo. No sé si cuando
llegue esa etapa vital que os mencionaba al principio una de las cartas de la
baraja de mis sueños y proyectos desgastará goma a su paso, o no, pero
permitidme que me fotografíe hoy con mi imaginada cómoda montura, orgullosa ella
de los destellos que regalan sus brillantes y cromadas formas.
***
Cuando
los espejos me devuelvan la imagen de unos cabellos desordenados, les pagaré
con la mejor de mis sonrisas, antes de ajustarme de nuevo el moderno yelmo multicolor,
quizá… En ese caso, el peine de la formalidad, una vez más, deberá esperar.
© Patxi Hinojosa Luján
(16/07/2016)
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