A
través de mi ventana veo cómo el viento saca a bailar a las ramas más osadas de
los árboles que custodian nuestro barrio, las que nacieron, crecieron y habitan
en las zonas más elevadas de sus orgullosas copas. Los valses suenan a un volumen
moderado, como para no molestar, y sus ritmos y cadencias acaban sumergiéndome
en un sueño embriagador.
Una
risueña algarabía me saca del letargo y dirige mi atención allí abajo, a ras de
césped, adonde dirijo la vista al instante; lo que veo me saca una sonrisa, a
pesar de todo: unos chicos, algunos niños pero otros no tanto, persiguen a sus particulares
pokémones con la ayuda de coloridas
pelotas de goma que no dañarían ni a una mosca. En un momento dado aquéllos se
cansan de huir y frenan de golpe; se giran retando a sus perseguidores y, emitiendo
unos cuantos ladridos que no consiguen esconder sus alegres expresiones, se
lanzan a su encuentro ignorando pelotas y reglas no escritas. Caigo en la
cuenta de que nadie se ausenta de la escena mirando pantalla alguna.
Una
pareja lanza hacia donde corren las mascotas algunas de las pelotas que éstos
han ignorado por caer en sus dominios de intimidad y ternura, y, volviéndose a parapetar
detrás de un tronco de gran envergadura, continúan a lo suyo después de lanzar
al aire la pregunta tantas veces repetida cuando la pasión sigue a flor de piel:
«¿por dónde íbamos?»
Reparo
en que un hombre de mediana edad está en uno de los bancos «sembrados» en la
zona verde intentando leer un voluminoso libro; y digo «intentando» porque
alterna la mirada entre las hojas de la que, no sé por qué, intuyo una novela,
el desenfadado jugueteo de los chicos con sus perros y la chica que, en el
banco contiguo, no para de escribir —y en ocasiones también de tachar— en las
páginas de una libreta desgastada por el uso. Me lo imagino pensando que quizá
—quién sabe—, sea ella la escritora «culpable» de su próxima lectura. No creo
que él se imagine que nadie pueda imaginarlo así.
Yo
sigo sonriendo mientras disfruto de mi privilegiada posición, pese a esta
ciática que pugna con el incipiente dolor de muelas en un intento de impedir —sin
conseguirlo— que preste atención a escenas como las anteriores, que de veras merecen
la pena; eso sí, de momento seguiré haciéndolo desde mi ventana…
© Patxi Hinojosa Luján
(12/08/2016)
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